Redacción
Esta activísima mujer tuvo el consuelo de que al morir ya había fundado 66 conventos de su comunidad. Es la fundadora de las Hermanas de la Misericordia.
En un retrato que le fue tomado, la santa aparece con un rostro firmemente perfilado y lleno de energía; sereno y con la alegría de quien espera conseguir nuevos triunfos.
María Josefa nació en 1811 en Abisola, Italia, de una familia pobre. Cuando todavía era muy jovencita, su papá la llamaba “La pequeña capitana”, porque demostraba tener cualidades de líder y ejercía mucha influencia entre sus compañeras.
Un día todas las personas mayores del pueblo dispusieron irse en peregrinación a visitar un santuario de la Virgen, en otra población. Cuando ya los mayores de habían marchado, María Josefa organizó a las niñas de la población y con ellas se fue cantando y rezando, en peregrinación al templo del pueblo. Un joven subió a la torre e hizo repicar a las campanas, y así también los menores tuvieron su fiesta religiosa.
Un par de esposos muy ricos sufrían porque el marido estaba paralizado y no tenía quién le hiciera de enfermera. Averiguaron qué mujer había de absoluta confianza y les recomendaron a Josefa. Y ella atendió con el más esmerado cariño al pobre paralítico durante 8 años. Los esposos en pago de tantas bondades, dispusieron hacerla heredera de sus cuantiosos bienes, pero la joven les dijo que solamente había hecho esto por amor de Dios, y no les recibió nada.
Nuestra joven sentía un gran deseo de dedicarse a llevar una vida de soledad y oración, pero su confesor le dijo que eso no era lo mejor para su temperamento emprendedor. Entonces al saber que el señor obispo de Sanova estaba aterrado al ver que había tantas niñas abandonadas por las calles, sin quién las educara, se le presentó para ofrecerle sus servicios. Al prelado le pareció muy buena su oferta y la encargó de conseguir otras jóvenes que quisieran dedicarse a la educación de niñas abandonadas. Y así en 1837 con ella y varias de sus amigas quedó fundada la congregación de Nuestra Señora de la Merced o de las Misericordias, con el fin de atender a las jóvenes más pobres.
Con unos muebles viejos, una casona casi en ruinas, cuatro colchones de paja extendidos en el suelo, una libras de papas, un crucifijo y un cuadro de la Sma. Virgen, empezaron su nueva comunidad. Y Dios la bendijo tanto, que ya en vida de la fundadora se fundaron 66 casas de la comunidad. Sus biógrafos dicen que María Josefa no hizo milagros de curaciones, pero que obtuvo de Dios el milagro de que su congregación de multiplicara de manera admirable. Cada vez que tenía unos centavos sobrantes en una casa, ya pensaba en fundar otra para las gentes más pobres.
La esposa del paralítico al cual ella había atendido con tanta caridad cuando era joven, le dejó al morir toda su grande herencia y con eso pudo pagar terribles deudas que tenía y fundar nuevas casas.
La Madre Josefa tenía una confianza total en la Divina Providencia, o sea en el amor generoso con el que Dios cuida de nosotros. Y aún en las circunstancias más difíciles no dudaba de que Dios iba a intervenir para ayudarla y así sucedía.
En su escritorio tenía una calavera para recordar continuamente en qué terminan las bellezas y vanidades del mundo.
Durante 40 años fue superiora general, pero aún teniendo tan alto cargo, en cada casa donde llegaba, se dedicaba a ayudar en los oficios más humildes: lavar, barrer, cocinar, atender a los enfermos más repugnantes, etc. Ante tantos trabajos y afanes se enfermó gravemente. El obispo se dio cuenta de que trataba era de cansancio y de exceso de trabajo. La envió a descansar varias semanas, y volvió llena de salud y de energías para seguir trabajando, por el Reino de Dios.
Los misioneros encontraban muchas niñas abandonadas y en graves peligros y las llevaban a la Madre Josefa. Y ella, aun con grandes sacrificios y endeudándose hasta el extremo, las recibía gratuitamente para educarlas.
Su gran deseo era el de poder enviar misioneras a lejanas tierras. Y la ocasión se le presentó en 1875 cuando desde Buenos Aires (Argentina) le rogaron que enviara a sus religiosas a atender a las niñas abandonadas. Y coincidió el envío de sus primeras misioneras con el primer grupo de misioneros salesianos que enviaba San Juan Bosco. Así que ellas en el barco recibieron la bendición y los consejos de este gran santo que estaba en ese día despidiendo a sus primeros misioneros salesianos.
También en América sus religiosas fueron fundando hospitales, casas de refugio y obras de beneficencia.
Sus últimos años padeció muy dolorosas enfermedades que la redujeron a casi total quietud. Y le llegaron escrúpulos o falsos temores de que se iba a condenar. Era una pena más que le permitía Dios para que se santificara más y más. Pero venció estas tentaciones con su gran confianza en Dios y murió diciendo:
Amemos a Jesús. Lo único importante es amar a Dios y salvar le alma”.El 7 de diciembre de 1880 pasó a la eternidad. En 1949 fue declarada santa.
Que la Divina Providencia de Dios, envía a su santa Iglesia muchas “capitanas” que, como María Josefa Rosello se dediquen a llenar el mundo de obras de caridad.
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