Redacción
Nació en Dardilly cerca de Lyon, Francia, de padres pobres dedicados al campo. La vida abnegada de los duros trabajos manuales, regaló a Juan María una gran capacidad de sufrir. A los 20 años fue llevado por el ejército imperialista de Napoleón a participar en la ocupación de España. La vida soldadesca de entonces le dio tanto asco que decidió escaparse. Gracias a un hermano menor que entró en su lugar, el asunto pudo arreglarse oficialmente.
Desde niño Juan María se sintió atraído al diálogo íntimo con Dios. Su párroco, el padre Balley de Ecully, ayudó a Juan María, quien a pesar de sus deficientes conocimientos intelectuales, fue admitido a la ordenación sacerdotal. Cuando contaba con 19 años fue despedido del Seminario por “incapacidad”. El vicario general, movido al fin por las instancias del párroco de Ecully, le dijo: “Yo te acepto, pero el resto debe hacerlo la gracia de Dios”.
Que Dios "ha escogido… lo necio del mundo, para confundir a los sabios… lo débil del mundo, para confundir lo fuerte" (I Cor 1, 27), eso se comprueba en forma extraordinaria en la futura vida del joven sacerdote, que pasa los primeros tres años como vicario en Ecully bajo la custodia de su gran protector espiritual.
A la edad de 41 años es nombrado párroco de Ars, pueblo que entonces cuenta con 250 habitantes, que pasaban gran parte de su tiempo libre en las cuatro cantinas del lugar. Profanación del domingo, bailes escandalosos y alcoholismo eran los vicios reinantes. En diez años el pueblo había cambiado totalmente. Al preguntarle alguien sobre la causa de la conversión de esta gente difícil, contestó el párroco:
Mi misterio es muy sencillo, es regalar todo; nada retener para mí mismo".En forma vicaria ofreció a Dios diariamente oraciones, penitencias, ayunos y hasta flagelaciones en sus vigilias nocturnas para reparar las aberraciones de sus ovejas. El poder de Dios se manifestó particularmente en él por la celosa administración de los sacramentos y el ministerio de la palabra de Dios. Confesó a veces hasta 14 horas diarias, porque todos lo buscaban a causa de su verdadera intuición sobrenatural en la orientación de las conciencias.
Su absoluta confianza en la fuerza divina de la oración se revela en las siguientes palabras: "Hombre, por ti mismo eres muy pobre, debemos pedir todo a Dios. El Señor hasta te complace en ser molestado por nuestras continuas peticiones". A la gente necesitada, el párroco regaló todo, despojándose a veces hasta de su saco, zapatos y calcetas. Sin fondos, pero pronto sostenido por muchos, fundó una “Casa de la Providencia” para niños huérfanos.
A partir de 1827 empezaron a llegar peregrinaciones que no eran totalmente positivas para el pueblo. El piadoso sacerdote buscó un mínimo de soledad y recogimiento, aunque le era difícil encontrarlo. En 1840 huyó por primera vez para encerrarse en un convento contemplativo, después hizo lo mismo en 1847 y de nuevo en 1853. En esta heroica lucha interior reconoció que el deseo de esconderse pudiera ser una trampa de Satanás. Dios le manifestó que la salvación de una sola alma le era más agradable que todas las oraciones ofrecidas fuera de su parroquia. Entonces el párroco decidió: "Quiero aguantar, hasta caer consumido por el trabajo".
En las pocas horas que tenía de descanso nocturno, el diablo lo atacaba con el fin de molestarlo. Ruidos espantosos, gritos y otros fenómenos típicos del enemigo malo comprobaban su presencia.
El 4 de agosto de 1859 la vida del buen pastor llegó a su fin. Su ejemplo e intercesión siguen ayudando a los párrocos en todo el mundo católico. En 1929 fue declarado solemnemente “patrono de los párrocos” por el Papa Pío XI.
“Como en el altar, donde celebra la Eucaristía, y como en cada uno de los sacramentos, el sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa “in persona Christi”. Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre, pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña e indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según la verdad y no según las apariencias…
….Ante la conciencia del fiel, que se abre al confesor con una mezcla de miedo y de confianza, éste está llamado a una alta tarea que es servicio a la penitencia y a la reconciliación humana: conocer las debilidades y caídas de aquel fiel, valorar su deseo de recuperación y los esfuerzos por obtenerla, discernir la acción del Espíritu santificador en su corazón, comunicarle un perdón que sólo Dios puede conceder, “celebrar” su reconciliación con el Padre representada en la parábola del hijo pródigo, reintegrar a aquel pecador rescatado en la comunión eclesial con los hermanos, amonestar paternalmente a aquel penitente con un firme, alentador y amigable “vete y no peques más”.
R.P., n. 29.
Es el Beato Papa Juan XXIII quien escribe la enciclica Sacerdotii Nostri Primordia, un tanto olvidada debido a la lejania de su promulgacion (1 de agosto de 1959), en la cual realza, en el Centenario de la muerte del Santo, las primordiales de todo sacerdote: El Sacerdocio, la oracion, la Eucaristía y el celo apostolico. 50 años más tarde, el Papa Benedicto XVI, proclamó una año completo a todos los sacerdotes conmemorando 150 años del Santo Cura de Ars del 19 de junio del 2009 al 11 de junio de 2010 Patrono de todos los Sacerdotes este año fue llamado el año sacerdotal.
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