Redacción
Se dice que Ponciano nació en Roma. Sucedió a San Urbano I como obispo de Roma el año 230. Se sabe que en su pontificado reunió un sínodo que confirmó la condenación contra Orígenes de Alejandría.
En los principios de la persecución del emperador Maximiano, el Papa Ponciano fue desterrado a Cerdeña, isla descrita como insalubre, y ahí renunció a su oficio. La tradición sostiene que le quitaron la vida a palos en el año 235. Algunos años después, el Papa San Fabián trasladó sus restos al cementerio de San Calixto en Roma.
El mártir llamado Hipólito, que la Iglesia celebra también hoy, fue probablemente un presbítero romano que vivió en la primera parte del siglo II. Fue hombre muy instruido y escribió obras importantes en griego. Se le considera discípulo de San Ireneo; San Jerónimo lo llama “elocuente y santo varón”: Se opuso al Papa San Ceferino por diferencias en el modo de proceder, y también al Papa San Calixto I.
El año 235 fue desterrado a Cerdeña, junto con Ponciano y ahí murió, reconciliado con la Iglesia. Su cuerpo fue trasladado al cementerio de la Vía Tiburtina, en Roma.
“Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por él y sus hermanos (cfr. I Jn 3, 16; Jn 15, 13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en el derramamiento de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirlo, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia”.
L.G., n. 42.
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