Redacción
Gil o Egidio, significa: “el que protege y es protegido” (viene de égida, que era una piel de cabra que protegía).
Una crónica del siglo X cuEnta de San Gil lo siguiente:
Era natural de Atenas, en Grecia. Se dedicaba por largos tiempos a la más ferviente oración y obtuvo del Espíritu Santo el Don de la Sanación.
Un día en pleno invierno se encontró en la calLe con un paralítico muy pobre que tiritaba de frío. Se puso a orar con él y luego le regaló su chaqueta de lana. Y sucedió que al colocarle tal chaqueta al paralítico, éste quedó curado de su enfermedad. Con esto aprendió Gil el gran poder que tienen ante Dios la oración hecha con fe y las ayudas que se dan a los pobres. Vendió entonces las muchas posesiones que tenía y dio el dinero a los pobres y él se dedicó a orar y a meditar en las Sagradas Escrituras.
Estando un día dedicado a orar por horas y horas, de pronto oyó los lamentos de un pobre hombre al cual lo había mordido una serpiente venenosa y se retorcía en medio de atroces dolores, hinchándose de manera alarmante. El santo se le acercó, le pidió que tuviera mucha fe en el poder y el amor de Dios, y después de orar un buen rato junto a él le impuso las manos y el otro se deshinchó y quedó curado. Otro día estando en el templo, un hombre poseído de un demonio empezó a dar gritos desaforados. Gil se le acercó y se dedicó a orar a Dios por él, y el espíritu malo, dando un enorme grito se alejó y dejó al otro en paz.
Pero estas sanaciones físicas y espirituales empezaron a complicarle la vida, porque todo el mundo lo buscaba para pedirle que orara por enfermos y poseídos de malos espíritus, y le rendían muchos honores como a un gran santo con grave peligro de que él se llenara de orgullo. Dispuso entonces alejarse e irse a vivir a un sitio solitario dedicado a la oración y a la meditación.
Se subió a un barco en Atenas y se fue hacia Marsella en Francia. Durante el viaje estalló una horrible tempestad. El reunió a los pasajeros y marineros y se dedicaron a rezar juntos con gran fe y la tempestad se calmó. Luego, al llegar a Marsella se hospedó en casa de una mujer muy piadosa, y de pronto oyó unos gritos angustiosos. Preguntó qué era aquello y la buena mujer le contó que su hija padecía de espantosos dolores por la artritis. Gil se le acercó, la invitó a orar con fe, le impuso las manos pidiendo la intervención del Espíritu Santo, y la enferma quedó curada. Ante esta noticia empezaron a llegar muchas personas a pedirle curaciones, y él se retiró a una región deshabitada, junto a un río, a dedicarse a la oración.
Y allá en esa soledad encontró a otro monje de su mismo país, ya anciano y muy especializado en la oración y en la meditación, y bajo su dirección logró Gil hacer grandes progresos en el modo de orar y de meditar. Los campesinos de los alrededores, al conocer la presencia de los dos santos monjes, empezaron a llegar a pedir oraciones, y conseguían maravillosas curaciones. Gil decía siempre que todo se debía era únicamente a las plegarias de su anciano maestro e instructor. Pero un día llegaron unos campesinos a pedir la sanación para un enfermo grave, y el monje anciano no estaba ese día por allí.
Gil les rogaba que aguardaran a que el otro llegara, pero ellos le decían que confiaban en su oración y en su don de sanación. Al fin, ante tantos riesgos le impuso las manos, rezando con mucho fervor, y el enfermo quedó completamente santo. Este hecho maravilloso hizo que se extendiera su fama por toda la región, y él, ante el peligro de una demasiada popularidad, se despidió de su anciano amigo y se fue a orar a otra región más solitaria y alejada.
Y sucedió que allá donde Gil se fue a vivir no había casi nada qué comer. Y un día, permitió Dios que llegara junto a su cueva una cabra, la cual se hizo amiguísima del santo y durante mucho tiempo le proporcionó leche muy saludable para su alimentación. Pero sucedió un día que el jefe político y militar de esa región estaba de cacería por esos montes y sus perros persiguieron furiosamente a la pobre cabrita. Esta alcanzó a correr a gran velocidad hasta la cueva donde el monje estaba en la oración y los cazadores al verla entrar allá, dispararon una flecha. El santo levantó el brazo para proteger el animalillo, pero la flecha se le clavó en la mano. Al llegar el jefe de la expedición quiso curarlo de su herida, pero él respondió: “déjenme así, que esta herida me sirve para pagarle a Dios mis muchos pecados”. Y tal herida lo acompañó desde entonces hasta su muerte, y le servía para pagar pecados propios y ajenos.
El jefe aquel se encariñó mucho por San Gil porque le parecía que era un verdadero hombre de Dios. Empezó a llegar a visitarlo y a pedirle consejos, y le ofrecía montones de regalos, que el santo nunca aceptaba. Al fin un día ante tanta insistencia para que recibiera algún obsequio, el monje le dijo:
En vez de darme regalos a mí, más bien gaste su dinero en construir un gran convento para que los jóvenes que quieren llegar a ser santos, lo logren conseguir”.Al otro le pareció formidable la idea, y le ofreció construir allí un gran convento, pero con la condición de que Gil fuera el superior de esa comunidad. Y tuvo que aceptar. Y fue ordenado de sacerdote, y empezaron a llegar jóvenes de muchas regiones, y bajo la dirección del venerable penitente hacían admirables progresos en santidad. Por varios siglos fue famoso en Francia el convento de San Gil.
Un día fue a visitarlo un jefe militar que había cometido un gran pecado. Durante la misa, el santo sintió que Dios le comunicaba que aquel hombre debía arrepentirse de una gran falta. Al terminar el santo sacrificio lo llamó aparte y le contó lo que Dios le había comunicado. El otro se echó a llorar y exclamó: “Ese pecado me venía atormentando por muchos meses. Gracias padre porque me libra de este remordimiento”: El santo le dio la absolución y el otro se fue lleno de paz y alegría.
Otro día sintió que una voz le decía: “El primer domingo de septiembre te irás al reino eterno”: Empezó a prepararse con mucha oración y mucho arrepentimiento de sus pecados y dando gracias a Dios por tantos favores recibidos, y así sucedió: el primer domingo de septiembre se quedó dormido en la tierra, para despertar en el cielo.
En la Edad Media iban muchas peregrinaciones a visitar la tumba de San Gil, en el convento de su mismo nombre. En el mundo hay más de mil parroquias que llevan el nombre de este santo. Es Patrono de los tullidos, de los mendigos y de los que son mordidos por las serpientes. Que el Señor conceda a muchos más del Don de la sanación.
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