Redacción
Gregorio resultó Papa providencialmente en una de las difíciles épocas de la Iglesia, a fines del reino político de los romanos, cuyo resquebrajamiento parecía también la ruina general del mundo occidental.
Los ejércitos bárbaros y las tropas bizantinas, invadieron Italia y saquearon el campo y las ciudades. El mismo Gregorio, nacido en Roma en 540, debe haber sufrido de niños los horrores de los sitios de la capital, con el pillaje, el hambre y el relajamiento general.
El joven cuyo padre era gobernador romano, estaba también destinado a participar en el gobierno tan difícil de aquellos tiempos. Con gran capacidad logró restablecer el orden en Roma cuando, a los 30 años, fue nombrado alcalde. Nutría su inteligencia con los escritos de los grandes doctores de la Iglesia occidental: San Agustín, San Ambrosio y San Jerónimo. Él mismo llegaría a ser el cuarto representante más notable de la teología de aquella época.
A los 35 años empezó a dedicarse al servicio de Dios. En su propia casa del monte Celio fundó un convento en honor de San Andrés, al estilo de la vida de San Benito, y se sometió a la comunidad como sencillo fraile. Por su capacidad y honradez, ya entonces conocida, el Papa Pelagio II lo envió, en 579, como nuncio apostólico a la corte del emperador de Constantinopla. Su misión era pedir ayuda militar a favor de Italia y mitigar las tensiones con la Iglesia oriental. Al regresar 6 años después, sin haber logrado gran cosa, fue elegido abad de San Andrés.
A la muerte del Papa, el clero y el pueblo lo eligieron Sumo Pontífice el 3 de septiembre de 590. Su pontificado sólo duró 13 años, pero fue grande en varios aspectos. Dentro de la Iglesia de Roma promovió la gloria de Dios a través de normas litúrgicas de mucha importancia. La Santa Misa se enriqueció con cantos, himnos y antífonas, con un nuevo calendario festivo y con las solemnes procesiones según la costumbre del rito local. San Gregorio le dio mucha importancia a la homilía diaria sobre el Evangelio.
Como verdadero pastor, se interesó también de aliviar la miseria del pueblo. Mandó revisar el patrimonio de San Pedro, es decir las finanzas pontificias. Ordenó comprar grano de Sicilia y Egipto para los indigentes, concedió préstamos sin intereses a los campesinos y erogó fuertes sumas para rescatar a sus compatriotas presos por los lombardos. También los muros de Roma fueron reforzados contra nuevos asaltos de los bárbaros.
Brilló como un gran Papa misionero, pues logró llevar la fe a Inglaterra al enviar al abad San Agustín con 40 frailes benedictinos a la isla, todavía pagana. Más tarde fueron los benedictinos de Inglaterra los que convirtieron a Holanda y Alemania y formaron la esencia de la cultura cristiana europea.
A pesar de todo este celo, respetaba San Gregorio las otras religiones. En cierta ocasión, al enterarse de que se había usado la violencia en contra de los judíos de Cerdeña, ordenó devolver la sinagoga tomada a los judíos, y respetar su libertad religiosa. Hay muchos rasgos de este papado que recuerdan el Concilio Vaticano II.
La cruz de su pontificado fue doble: por una parte la arrogancia del patriarca Juan del Abstemio, de Constantinopla, que se llamó “patriarca universal”, mientras que Gregorio, el verdadero pastor universal, utilizó el humilde título de “Siervo de los siervos de Dios”. Por otro lado, padeció las continuas agresiones del ejército lombardo bajo el rey Aguilulfo. Finalmente, la católica esposa del rey logró la conversión de los lombardos del arrianismo a la fe católica y una paz estable con el Papa.
Se conservan más de 800 cartas y varios importantes libros pastorales de San Gregorio, quien se manifestó grande no sólo en sus actividades, sino también en el sufrimiento continuo de una artritis que sobrellevó durante largos años con su suma paciencia.
Murió el 12 de marzo de 604.
“Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”.
E.N., n. 14.Testigos de Cristo en México:
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