Redacción
De la vida y el martirio de San Jenaro no tenemos ningunas noticias ciertas. La tradición, más bien legendaria, dice que Jenaro, santo obispo de Benevento, visitó a unos cristianos presos por su fe, en Pozzuoli, cerca de Nápoles.
El gobernador, que persiguió a los cristianos por orden del emperador Diocleciano, hizo detener a Jenaro y lo condenó a la misma muerte de los cristianos ya presos: a ser despedazado y devorado por las fieras. Cuando el pueblo pagano quiso satisfacer sus instintos viendo correr la sangre de los cristianos, las bestias hambrientas no los tocaron y quedaron transformadas en mansos corderos. A petición del pueblo embrutecido, Jenaro y sus compañeros fueron decapitados allí mismo.
En Nápoles existen unas catacumbas en donde se enseña la urna que en un tiempo fue la tumba del obispo mártir. Sus restos llegaron a la catedral de Nápoles, después de varios traslados, en el año de 1497. Sobre la capilla lateral, que está dedicada a San Jenaro, hay una inscripción en latín que dice:
Nápoles dedica este santuario a San Jenaro, su ciudadano, su patrono, su protector; que salvó a la ciudad, por el milagro de su sangre, del hambre, la guerra, la peste y el fuego del Vesubio”.Un precioso busto de plata hecho en el siglo XVII contiene la supuesta cabeza de San Jenaro. En dos redomas de cristal, cerradas y selladas por una armazón metálica, se encuentra la sangre del santo. Es una masa sólida y oscura, que llena la mitad de los relicarios. En ciertas ocasiones del año, particularmente el sábado anterior al primer domingo de mayo, el 19 de septiembre y el 16 de diciembre (esta última fecha recuerda la erupción del Vesubio en 1631), los fieles de Nápoles rezan y cantan en la catedral hasta que la sangre se vuelve líquida, de color rojo y aumenta su volumen.
Este fenómeno, todavía inexplicable por razones naturales, puede acaecer en pocos minutos o tardar hasta una hora o más tiempo. Aunque el relicario es agitado por el obispo y los gritos de las mujeres napolitanas le dan un carácter espectacular a este fenómeno, la licuefacción de la sangre de San Jenaro no obedece a ningún truco.
Nadie está obligado a creer en este milagro, sobre todo debido a que la autenticidad de las reliquias no se puede comprobar; pero nadie se atrevería tampoco a negar que Dios puede realizar hechos milagrosos ante la fe tan grande de su pueblo.
La comunión de los santos es una realidad; no depende de milagros, sino de la sinceridad de la fe, que invoca y venera a los santos como amigos de Dios.
Para la catedral de Nápoles y muchos santuarios de Italia, vale lo que dice el Documento de Puebla sobre la transformación de los lugares de piedad popular en América Latina: “Alentar una creciente y planificada transformación de nuestros santuarios, para que puedan ser lugares privilegiados de evangelización. Esto requiere purificarlos de todo tipo de manipulación y de actividades comerciales”.
“La Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio”.
E. N., n. 15.
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