Eugenio Amézquita Velasco
En muchas ocasiones, nos damos a la tarea de buscar en los nuevos espacios electrónicos existentes en internet, materiales informativos pensando que todo está disponible en la red. La sorpresa es grande cuando constatamos que no es así y, para muchos, se termina ahí la búsqueda.
Debo reconocer que yo me encuentro entre ellos. Pero, para subsanar la carencia, pongo empeño en capturar textos y contenidos, muchos de ellos antiguos, que nos regresan a nuestros orígenes, a fin de no caer subsanar los graves errores que los sincretismos generan, desviándonos de lo verdadero y lo original, en este caso, de nuestra ciudad de Celaya, y que, en ese retorno a lo original y nuestro, nos ayuden a mantener viva y presente nuestras tradiciones religiosas, no entendidas estas como un mero hecho cultural, sino como la misma etimología de la palabra tradición lo significa, una transmisión de las cosas buenas que nos han legado y más cuando estas nos conducen directamente a Dios, a la Virgen María, los santos y a todo aquello que la Doctrina de la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo -que es Dios- a nuestra Madre la Iglesia Católica.
Este viernes 7 de diciembre de 2018, a las 19:00 horas en el Templo de San Francisco de Celaya, sede de la Purísima Concepción, se desarrollará el Panegírico, con tres declamadores, un laico y dos seminaristas franciscanos y la presencia de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Celaya.
Por eso, compartimos a ustedes el texto íntegro del Panegírico en honor de la María Inmaculada, Reina, Madre y Patrona de Celaya, Guanajuato. México. Poema Heroico de Fray Manuel Martínez de Navarrete, OFM (1768-1809). Templo de San Francisco - Celaya, Gto.
Nota Introductoria
Este Panegírico (es decir, himno de carácter laudatorio) es una de las manifestaciones más notables del culto que los celayenses tributan (fe, poesía, música y afecto) a María en la realidad de su Concepción Purísima.
No sabemos exactamente cuándo comenzó a celebrarse este singular acto; parece que fue en la primera mitad del siglo XVIII, época de oro del Pontificio y Real Colegio-Universidad de Celaya, pues en sus Estatutos se establecía que cada año y antes de dar principio al curso académico, uno de los Padres Profesores pronunciara un Himno Panegírico en honor de la Purísima Concepción, basándose en la doctrina teológica que el Beato Juan Duns Escoto -Doctor y Teólogo Franciscano- del siglo XIV, presentó en ese mismo siglo en defensa del singular privilegio de Santa María; doctrina por la que el Papa Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción en el siglo XIX.
Varias han sido las composiciones poéticas y musicales de este género en honor de la Purísima que, desde entonces, se han interpretado anualmente el 7 de diciembre.
El actual Poema es del célebre sacerdote franciscano Manuel Martínez de Navarrete, zamorano, ilustre hijo de la Universidad Pontificia y Real de Celaya.
El poema es de género literario heroico; consta de una introducción y tres cantos compuestos en versos endecasílabos agrupados en octavas reales.
Tiene como fin cantar el triunfo de María sobre el demonio. En el se presenta, con un hermoso lenguaje poético y teológico, el curso de la historia de la humanidad, desde la desobediencia de Adán y Eva hasta que la Mujer prometida vino y quedó vencido el poder del seductor del Mal.
La parte musical se intercala con la declamación del Poema. Es una Cantata con partes a solo y partes a coro, con acompañamiento de órgano o de orquesta. Don Agustín González es el autor de esta obra. Nativo de la ciudad de Guanajuato, estudio música en Querétaro primero y se perfeccionó en Alemania; ampliamente conocido por sus obras musicales en Querétaro y la Ciudad de México. Compuso la obra movido por su afecto a la Inmaculada y a instancias del recordado P. Fray Odorico Peñaflor, OFM y se realiza así desde 1931.
Con gozo fraterno, los Franciscanos -por Providencia Custodios perennes de la V. Imagen de la Patrona de Celaya- ofrecen a todos, siempre el 7 de diciembre, como queda dicho, la hermosa creación de dos Maestros: Fray Manuel Martínez y D. Agustín González.
Introducción Musical Orquesta y Coro:
Noble Ciudad, cristiana, fervorosa,
Rica de amores a la Virgen Pura
Al contemplar su Concepción gloriosa
Desque en la mente del Creador fulgura
Sus triunfos de la sierpe venenosa,
Sus ruegos ante Dios por la creatura,
Acógente a la sombra de su manto
Y admira de sus gracias el encanto.
Introducción al Poema
"Ipsa conteret caput tuu" (Gen. 3, 15)
La misma que a su Dios concebiría,
Previsto estaba que por su pureza,
Con el curso del tiempo, la cabeza
Al infernal dragón quebrantaría.
PANEGIRISTA
Mientras que otros poetas afamados
Estremecen la tierra
Con cantos de varones esforzados,
Que triunfaron gloriosos en la guerra;
Mientras ellos se sienten animados
Para cantar los ínclitos soldados,
Que uniendo al pecho la acerada malla,
Corren tras de la gloria
Por horrorosos campos de batalla,
Mientras celebran la fatal victoria
Del capitán valiente
Que ciñó de laurel su altiva frente
Y que el tiempo borró de la memoria;
Yo me atrevo a cantar en este día
La victoria inmortal, el triunfo eterno
Que consiguió María
Contra el dragón horrible del infierno
Ahora quisiera yo con presto vuelo
Atravesar del éter los espacios,
Y llegando hasta el cielo,
Entrarme por dóricos palacios.
Uniérame al instante con el coro,
Que los triunfos ensalza de María
Con instrumentos de oro.
¡Qué agradable concierto, qué armonía,
Atónito escuchara,
Que allá a la eternidad me transportara,
Cuando el Omnipotente
Entrando en sus consejos eternales!
Preparaba esta Niña sabiamente
Para vencer las huestes infernales!
Entonces se encendiera
En fuego celestial la musa mía,
Que a su asunto tal vez correspondiera
Con gallarda nobleza y valentía.
Entonces... Mas ya siento que me inflama
Tan sólo el esplendor de aquesta idea,
Y su fogosa llama
En la región de mi alma centellea
Siéntome ya a cantar determinado
La triunfadora gracia:
Pero ¿quién a mis versos ha inspirado
La necesaria fuerza y eficacia?
¡Oh tú, que desde el trono de diamantes,
Al resplandor de tu asta refulgente,
Y de tus vivas flechas coruscantes,
Haces parar el sol resplandeciente!
Tú, que en forma de llamas elocuentes
Encendiste unos hombres que tronaron
Con formidable voz entre las gentes;
Tu a cuyo sacro fuego levantaron
El temple de sus plumas los Doctores,
Que celosas vibraron
Como rayos de esferas superiores:
Pues canto, ¡oh alto numen! la victoria
De la triunfante gracia,
Comunica a mi musa la eficacia
De los sublimes cantos de la gloria.
CANTO PRIMERO
Orquesta y coro:
¡Oh Trinidad Omnipotente, Eterna,
Una en esencia, en tus Personas Trina!
Al invocarte, el hombre se prosterna
Y humilde el ángel ante Ti se inclina.
Con tu poder que todo lo gobierna,
Con tu alma luz que al bien nos encamina
Para cantar las glorias de María,
De la Virgen dichosa que en tu mente,
Oh Padre excelso, fuera concebida
Antes que por tu diestra Omnipotente
Se formaran las fuentes de la vida,
Antes que el negro abismo y el ingente
Sinnúmero de soles, que convida
A cantarte, oh Señor, a darte gloria
Y a cantar de su reina la Victoria.
"Quia projectus est accusator". (Ap., 12, 10)
"Laetamini celi, et qui habitant in eis". (Id., v. 12)
Pues que triunfa la gracia de María,
¡Oh alcázares del cielo y moradores,
de la eterna mansión de resplandores,
dad voces de contento y alegría!
PANEGIRISTA
I
Hay un lugar feliz sobre la tierra,
Al que Paraíso de delicias llama,
Por los contentos que en su espacio encierra,
La voz corriente de la antigua fama;
De su verde recinto se destierra
La tristeza fatal, porque derrama
Un torrente de plácida alegría
El autor soberano que lo cría.
II
En él, como en compendio deleitoso,
Se asoma la feraz naturaleza,
Alentada del Todopoderoso,
Juntando lo mejor de su belleza;
El grupo de sus árboles frondoso,
De sus aguas la diáfana limpieza,
Y el canto de sus gratas avecillas,
Alaban del Creador las maravillas.
III
Para custodia del feliz terreno,
Acompañado de Eva, fue elegido
Adán, entonces de ventura lleno,
Y de blanca inocencia revestido.
Sale de su hondo cavernoso seno
El antiguo dragón, y fementido,
Persuade a los consortes el bocado
De que tuvo su origen el pecado.
IV
De éste nacieron la pasión furiosa,
La grave enfermedad, el dolor fuerte,
La caterva de males horrorosa,
Que nos arrastra al reino de la muerte.
En situación tan triste y lastimosa
Lloraba el mundo su infelice suerte,
Los cielos su favor le retiraron
Y sus eternas puertas le cerraron.
V
Pero Dios, que el remedio prevenía
De tantos males, como Padre tierno,
Desde antes de los tiempos disponía
Triunfar del monstruo que abortó el infierno.
El alma entonces traza de María...
¡Entonces?... ¿Qué es entonces? Ab aeterno:
Desde antes que los cielos fabricara,
Y a la tierra cimientos señalara
VI
Entra en sus altos juicios soberanos
La Trinidad augusta y la pureza
Que había de socorrer a los humanos,
Eleva sobre montes la firmeza;
Fábrica hermosa de sus sabias manos
Aparece cual grande fortaleza
Que vencerá con el poder eterno
Las espesas legiones del infierno.
VII
Jamás tuvieron tan sublime idea
Los fogosos poetas que cantaron
Las lides de su gran Pentesilea;
Ni jamás a Belona imaginaron
Tan fuerte, para entrar en la pelea,
Los que en carrozas de oro la soñaron,
Ni pudiera jamás la fantasía
Concebir igualdades a María.
VIII
Cual torre de David en su armadura
De donde escudos mil están pendientes,
Cual muralla de bronce, en cuya altura
Se divisan castillos refulgentes;
Cual batallón dispuesto en la llanura
De vivos y ordenados combatientes,
Cual conviene a la fuerza irresistible
Del Dios de los ejércitos terrible.
IX
Cual... Y ¿qué es esto, que agitado el pecho
Arde con vivo fuego acelerado?
El ancho mundo me parece estrecho,
Sin caber en su espacio ilimitado.
Alzo los ojos al dorado techo,
Y entonces... ¡qué cantor tan sublimado
Habrá, que entone con fogosa lira
El cúmulo de cosas que me admira?
X
Cuál águila que lleva el raudo vuelo
Por las alegres sendas de la altura,
Una reina camina por el cielo
Derramando esplendores de hermosura;
El sol la viste su inflamado velo,
De que emanan torrentes de luz pura;
La luna le hace peana a su grandeza,
Doce estrellas coronan su cabeza.
XI
Un terrible dragón... aqui debiera
Mi numen elevarse al estrellado
Polo brillante de la sexta esfera;
Y allá sobre las nubes levantando,
Abultando una voz, que estremeciera
Los cielos, como trueno dilatado
En su espacio, cantara en son horrendo
La escena formidable que estoy viendo.
XII
Un terrible dragón asoma luego
Emblema del pecado, enrojecido
Como embrión inflamado por el fuego
Del Etna, y a los vientos impelido,
Agitado de envidia, y furor ciego,
Acomete a la Reina embravecido;
Más Ella con un rayo de pureza
Quebranta con su cornífera cabeza.
XIII
En la región etérea se ha encendido
La abrasadora llama de la guerra;
Huye la luz, y el cielo se ha oscurecido,
Miguel batalla, y al dragon aterra;
Arrojado cual rayo desprendido
Del globo celestial, tiembla la tierra,
Y al tocar en la arena el monstruo insano,
Hórrido brama el espumoso océano.
XIV
Al punto suena por el alto coro,
La voz del misterioso vencimiento;
Yo escucho... es cierto, los clarines de oro,
Que penetran el vasto firmamento;
¡Víctor! repiten, y al cantar sonoro,
Responde en ecos la región del viento;
Y los sublimes genios a María
¡Salve!, le dicen, llenos de alegría.
XV
¡Salve!, repiten, Niña triunfadora,
A quien el Sumo Dios poder ha dado
Para ser la terrible vencedora
Del ángel contra el cielo rebelado.
De la eterna salud restauradora,
Al humano linaje has libertado.
Del soberbio dragón, cuya fiereza
Asusta a la mortal naturaleza.
XVI
¡Salve veces mil, Oh Princesa hermosa,
Hija querida del Monarca Eterno!
¡Salve, fecunda Virgen amorosa,
Dispuesta para madre de un Dios tierno!
¡Salve, divina, celestial Esposa
Del inflamado Espíritu ab eterno!
¡Oh, Salve veces mil, porque tu planta
Su cerviz a la culpa le quebranta!
XVII
¡Salve...! Así cantan, cuando alegremente
Se iluminan del aire los espacios;
Sube la Reina al cielo refulgente,
Éntrase por sus deíficos palacios;
Ya huella el pedestal resplandeciente
Del trono fabricado de topacios;
Su solio ocupa... y el asombro, en tanto,
Silencio impone a mi festivo canto.
CANTO SEGUNDO
Orquesta y Coro:
Eva y Adán tranquilos disfrutaban
Los dones del Señor: paz y alegría,
felicidad perfecta, y esperaban
Ir a cantar en el eterno día
La gloria del Señor a quien amaban.
En ellos el Señor se complacía
Porque, siempre obedientes, respetuosos
Y amantes de la ley, eran dichosos.
Mas al ver el Espíritu protervo
La hermosura del hombre, su inocencia,
La imagen del Altísimo, del verbo,
Impresas en la humana inteligencia,
herido se sintió, dolor acervo
Del pérfido desata la insolencia
Y a fin de someterlo a fiel tributo
Ofrece a la mujer vedado fruto...
El miserable Adán desobedece.
Y apenas reconoce haber faltado,
Se esconde: Dios la llama; se estremece.
¿Dónde estás? dice Dios. Avergonzado
Adán, ante el excelso comparece
Inculpa a la mujer de su pecado
Eva a su vez inculpa a la serpiente,
A la cual habla así el Omnipotente:
Maldita será tú, por atrevida:
Maldita entre las bestias y animales;
Arrastrándote irás envilecida,
Y tierra comerás en los eriales;
De la mujer serás aborrecida
Y en vano acecharás los calcañales
De una Virgen de prístina pureza
Que hollará con sus plantas tu cabeza.
"Avertisti captivitatem Jacob" (Sal 84, 2)
"Gloriosa dicta sunt de te, civitas Dei" (Sal 46, 3)
Gloriosa te predican, Virgen pura,
Porque bajando desde el alto cielo,
Cual ciudad de refugio, eres consuelo
Al mundo, que lloraba en prisión dura.
PANEGIRISTA
I
Cual negra tempestad, que en la vacía
región del aire, por la noche obscura
Brama espantosa, y asomando el día
Huye azorada de su antorcha pura.
Así el dragón horrendo perecía
Al luminoso rayo de hermosura,
Que despuntó la aurora soberana
Anunciando el candor de su mañana.
II
A duro cautivero reducidos,
Lloraban su miseria los mortales;
Los altos cielos, de su voz heridos,
Abren luego sus puertas eternales.
Oye el Señor sus lúgubres gemidos,
Y para dar consuelo a tantos males,
En misteriosas sombras y figuras
la libertad promete a sus creaturas.
III
Ya por Judá una nube pequeñuela
En apacible lluvia se derrama,
resucita la tierra y se consuela
Con nuevas flores y reciente grama.
Ya la ventura de Jacob con fausta llama
Anunciando a la cándida Doncella,
Nube fecunda reluciente estrella.
IV
Ya se asoma Raquel, y su belleza
Nos retrata el semblante de María;
Llega Débora, y dice su destreza
En triunfar de una larga tiranía.
Viene Judith, anuncia su entereza
El vigor de su brazo y su valentía;
Y Esther, con su virtuosa compostura
La Niña más modesta nos figura.
V
Corren siglos, y se acerca el día
En que a triunfar del monstruo y de su engaño
Desciende el alma hermosa de María;
El bajo mundo en su terrible daño
Por las celestes órbitas veía
Cuatro mil vueltas circular al año.
Desciende en fin la celestial belleza
A honrar a la mortal naturaleza.
VI
No tan alegre ríe el verde prado
Después de un largo y riguroso invierno,
Ni es tan fértil de Ceres el sembrado
con blanda lluvia de rocío tierno,
Como alegre y fecundo el preparado
Tronco glorioso con el bien eterno,
Que ostenta de su fruto esclarecido
Tan milagrosamente concebido.
VII
Cuando yo considero al Soberano
Artífice empeñado en la belleza,
Que cual refugio del linaje humano
Viene a ser la ciudad fortaleza
Parece que me toma de la mano
Un genio celestial y con presteza
Me lleva por el mundo dilatado
Que el águila de Patmos fue mostrado
VIII
Otra tierra, otros mares, otro cielo
Se vienen a mis ojos admirados;
El nublado se arrolla como un velo
Que ocultaba los cielos estrellados;
Entonces del empireo en manso vuelo
Sostenida de espíritus alados,
La ciudad del Señor baja a la tierra
Para hacer al infierno cruda guerra.
IX
A su aspecto se humillan las famosas
Pirámides de Menfis, las almenas
Elevadas de Roma, y las hermosas
Murallas de Cartago y de Micenas,
El Coloso de Rodas, y orgullosas
Torres gigantes de la insigne Atenas,
El orbe todom porque su estructura
Toca de Dios la incomprensible altura.
X
Mientras que de albas nubes rodeado
Yo me contemplo, asoma refulgente
Una benigna luz por el poblado
Que Ágreda llama la española gente;
A su claro reflejo iluminado,
El misterio descubro reverente;
El augusto misterio respetable
De la ciudad de Dios inexpugnable.
XI
Cante, pues, otra musa su belleza,
Su adorno, su primor, su simetría
Sus fundamentos santos, su pureza,
Todo en aplauso digno de María,
Que a mi musa esta vez su fortaleza
Le basta, cuando acá en la fantasía
Le ve como refugio en tantos males
Que padecen cautivos los mortales
XII
¡Qué muro! ¡Cuál se eleva! pero abiertas,
Ofreciendo seguro y franco paso,
Con su ingreso convidam doce puertas
Al Oriente, Aquilón, Austro y Ocaso;
Allá van las naciones que despiertas
a la plausible voz del feliz caso
Entran a resguardarse del horrendo
Cruel enemigo que las va siguiendo.
XIII
Como rugiente León, que se pasa
Alrededor del monte levantado
Cuando el hambre voraz lo aguijonea
Y busca sin sosiego algún bocado.
Así el dragón solícito rodea
la ciudad del refugio que han hallado
Para escapar sus bárbaros furores
Las almas de los tristes pecadores.
XIV
Pero, ¿Y qué? ¿Las diabólicas legiones
Han de asaltar los muros elevados
Que defienden celestes batallones
De espíritus valientes y esforzados?
¿Quién podrá derrotar los escuadrones
Que en su custodia velan, animados
Del celo de su rey omnipotente,
Que llena esta ciudad rsplandeciente?
XV
¿Qué es esto?... ¡Ah! del trono majestuoso
Que se eleva con real magnificencia,
sale la voz del Todopoderoso
Anunciando su mística presencia;
Vuela el dragón, huyendo temeroso,
y su denso escuadrón, con la violencia
De las aves que el vuelo han levantado
Al estruendo de un bronce fulminado.
XVI
Huye también la Parca macilenta,
Que la culpa en su imagen contenía;
El agudo dolor también se ahuyenta,
Y la negra infernal melancolía;
El llanto calla; ya no se lamenta
La congoja de tanto amargo día;
¡Triunfa la gracia! ¡Oh! ¡Viva!... de esta suerte
Que ha vencido a la muerte.
XVII
Esto pasaba, cuando el vivo fuego
que corre ardiente por las venas mías,
Acabando en un todo mi sosiego
Me ofrece el plan de nuevas baterías;
Siento ya el más extraño desasosiego
De todas mis potencias... ¡Oh almo Elías!
Elévame en tu carro al cielo, en tanto
Que templo el verso del tercero canto.
CANTO TERCERO
Orquesta y Coro:
Con Dios formabas ¡oh feliz María!
Cuanto en los cielos de existir se ufana;
Los astros de la noche, los del día,
Las galas de la tarde y la mañana
Y en tanto que el Señor se complacía
En tus gracias, oh Reina Soberana,
El Ángel contemplándote en la mente
Del Eterno, cantaba reverente:
¡Gloria, gloria, hosannas, aleluya!
Al Altísimo, al Todopoderoso;
El cielo se apresure y contribuya
a cantar el portento más grandioso:
Que una Virgen purísima destruya
La maldad del espíritu alevoso.
¡Salve, oh Virgen, completa es tu victoria,
Hosannas, aleluya, gloria, gloria!
Quid videbis in Sulamite, nisi choros castrorum!
(Cant 7, 1)
¿Qué vemos? ¿Qyé escuchamos en el día,
sino del alma Iglesia himnos sonoros?
¿Qué vemos, sino ejércitos canoros
que celebran el triunfo de María?
PANEGIRISTA
I
Todo el orbe se mueve; y entre tantp
Que corre placentera la alegría,
Celebrando el misterio sacrosanto
De la gracia triunfante de María,
La región se estremece del espanto
Y entre confusa y grande gritería:
¿Quién es ésta, se escucha, que ha triunfado
En su instante primero del pecado?
II
En el hondo palacio de la oscura
Y sempiterna noche se congrega
Una chusma diabólica, que jura
Destruir la causa porque no sosiega;
A todo su dolor y desventura
Desesperado el príncipe se entrega
Y amedrentado el hórrido Cocito
Levanta así su formidable grito:
III
¡Oh, grandes de mi corte! les decía...
Perdidos somos, porque la belleza
Que triunfa de nosotros en el día,
Es aquella mujer de fortaleza,
La misma que en el cielo nos vencía
Con solo la señal de su pureza;
Perdidos somos, pues su augusta gracia
Repara el mal de la primer desgracia...
IV
Así empezaba, cuando acallaron
Mil espíritus fuertes, proponiendo
Remedio en el error... Todos lanzaron
Su formidable voz, ¡Víctor! diciendo;
las subterráneas bóvedas temblaron,
Y cuando el negro monstruo iba saliendo,
Cual noche, de su lóbrega caverna,
Eclipsar presumió la luz eterna.
V
Corre por todo el ámbito anchuroso
De este gran universo, a la manera
De una peste, cuyo hálito dañoso
Del aire sano la bondad altera,
Aquí y allí derrama el contagioso
Letal veneno de su saña fiera;
Y aumentando sus sombras igualmente,
Se opone a la alba en su sagrado oriente.
VI
Rodeados de tinieblas horrorosas
Quedaron desde luego los Arrianos,
Maquinando sus sectas peligrosas
Con Begardos, Beguinas, Nestorianos;
Auméntanse las fuerzas poderosas
Del robusto escuadrón de anti-Marianos,
Que del error armados combatían
Las murallas que a Sión fortalecían.
VII
Opónense guerreros animosos
Los Padres de la Iglesia, y entretanto
Una noche de siglos tenebrosos
Cubre de dudas el misterio santo;
Batalla Anselmo y víctores gloriosos
De huestes enemigas son quebranto;
La devoción respira en Inglaterra:
¡Tiempo dichoso para aquella tierra!
VIII
Entonces el error se desvanece,
A la manera que la sombra oscura,
Cuando la blanca aurora resplandece
Sin niebla que se oponga a su hermosura.
Su aspecto le da horror, y se estremece,
La vista hurtando de la Virgen Pura:
Huye veloz el Tártaro profundo,
Brillan los cielos, y se alegra el mundo.
IX
Libre la Iglesia de enemigos tantos
Con el que error tenaz la perseguía,
Desata luego sus festivos cantos
Aplaudiendo la gracia de María.
¡Alégrate!, le dice, en himnos santos,
Que rebosan contento y alegría,
¡Alégrate en el punto inmaculado,
Que fuiste concebida sin pecado!
X
¡Alégrate!, pues, sólo con tu planta
Que el Señor fabricó de fortaleza,
Oprimes del infierno la garganta,
Que pestes vombitaba a tu pureza:
¡Alégrate!, pues vences tropa tanta,
Con que el error se opone a tu grandeza:
¡Alégrate, oh!... por siempre la alegría
Bañe tu rostro, celestial María.
XI
Por otra parte, en gruesos batallones
Se divide un ejército admirable
De sabios y doctísimos varones
Que la opinión defiende menos loable.
Si bien al parecer de sus razones
Arguyen sobre punto el más probable:
Decreto fue de Dios, que en la victoria
Sin fuerte oposición ¿Cuál fue la gracia?
XII
Los piadosos resisten por su parte,
Con heroica virtud, noble ardimiento;
Y así como un ejército de Marte
Que se anima al glorioso vencimiento
Cuando enarbola el bélico estandarte
De la horrísona trompa al ronco acento,
Así también se animan los doctores
De la piedad mariana defensores.
XIII
La disputa se enciende, y más se aviva
Cada día con tantas opiniones;
Arden las aulas, como en guerra viva
Los campos de encontrados batallones;
Suenan las armas que Minerva activa
reparte a sus fogosos escuadrones,
La verdad indecisa se confunde
Y el orbe literario ya se hunde.
XIV
Cuando el celoso Padre Omnipotente
De la gracia de su Hija Soberana,
Anima con esfuerzo suficiente
Al campeón de la escuela Franciscana.
Vuela Escoto a París, y cual ardiente
Rayo que vibra la razón Mariana,
El baluarte destruye que blasona
De invencible torreón en la Sorbona.
XV
A este tiempo la fama voladora
Sube a los aires, y el clarín sonando
Publica el triunfo de la gran Señora
Contra las fuerzas del contrario bando.
Al eco grave de su voz sonora
Que se va por el orbe dilatando,
Vienen a refugiarse con su tropa
La Asia, la África, América y Europa.
XVI
¡Grandes provincias, reinos dilatados,
Populosas ciudades de la tierra,
rendid las armas a los celebrados
Triunfos gloriosos de tan fausta guerra!
¡Fieles Españas! ¡Reinos bienhadados!
¡Oh cuánto el Orco de mirar se aterra
En vuestros Carlos, reyes victoriosos
Celebrar esos triunfos misteriosos!
XVII
¡Salid, hijas de Sión; ved cuál se eleva
Al Empíreo la Reina Soberana,
Que con reciente albor, y con luz nueva
De sus astros festeja la mañana;
Cuya hermosura la atención se lleva
Del sol y de la luna, cuando ufana
La familia de Dios, sus hijos todos
Canta sus triunfos en alegres modos!
XVIII
Y ¡oh tu, Celaya!, que a la Soberana
Princesa te le ofreces obsequiosa,
Pues que te llamas la Ciudad Mariana
Y, por lo mismo, la Ciudad Gloriosa,
Así en tu frente lleves siempre ufana
El claro nombre de esta Niña hermosa;
Que no cesen tus cultos anualmente,
Celebrando estos triunfos reverente.
XIX
Pero, ¿A dónde me lleva la alegría?
¿A qué término aspira ya cansado,
Sin alma el verso, celestial María,
Aplaudiendo tu ser inmaculado?
Hasta aquí, pues, llegó la musa mía:
Acógela te ruego, y su sagrado
Tenga a los pies de la triunfante Palas,
Cubierta con la sombra de tus alas.
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