Por Eugenio Amézquita Velasco
Luis Pérez Figueroa, nacido en Salvatierra, Guanajuato el 22 de marzo de 1833 y fallecido el 23 de mayo de 1903, en Tlalpan, D.F., a la edad de 70 años, fue un destacado militar mexicano.
Sus padres fueron Francisco Pérez y Juana Figueroa. Se casó con una mujer oaxaqueña, la señora Ángela García, tuvieron 8 hijos, 3 varones: Luis, Ángel y Francisco; y 5 mujeres, Juana, Ángela, Luz, Esther y Sara. Vivió durante muchos años en la ciudad de Oaxaca, Oaxaca, de donde era originaria su esposa.
Ingresó al ejercito nacional a la edad de veinte años en marzo de 1853 como subteniente de infantería; en 1855 recibió su ascenso al grado inmediato superior, en 1866 se le confiere la banda de General de Brigada, y un año después la Banda de Divisionario. Tomó parte activa en la guerra de intervención y el imperio, combatiendo con éxito en la sierra de Tultitlán y Tuxtepec, sobresaliendo por su participación en la Batalla de La Carbonera. Fue firmante del Plan de Tuxtepec el cual defendió hasta lograr su triunfo. Tuvo 78 peleas entre combates y escaramuzas.
Debido a su patriotismo, valor y lealtad a la Patria el general Luis Pérez Figueroa recibió las siguientes condecoraciones: Condecoración de la Paz, la Cruz de Primera Clase, la Medalla Honorífica del Estado de Veracruz (decretada en 1868), el diploma por la batalla de La Carbonera, la medalla por el asalto y toma de Puebla en 1867, y la que se confirió por el estado de este nombre a los que combatieron en su territorio contra el llamado imperio.
Permaneció en el ejército durante cuarenta años.
De izquierda a derecha: El general salvaterrense Luis Pérez Figueroa, Manuel González, Porfirio Díaz y Félix Díaz, hacia 1860. |
Murió el 23 de mayo de 1903 en Tlalpan, D.F., su sepelio se efectuó con todos los honores de Ordenanza, asistiendo al acto el señor presidente de la República don Porfirio Díaz, jefes del ejército y un gran número de particulares.
En honor a su memoria, el gobierno del estado de Oaxaca dio su apellido en octubre de 1904 al pueblo de Acatlán, del distrito de Tuxtepec, región donde operó militarmente.
18 de octubre de 1866: La victoria de la Batalla de La Carbonera
Aunque la batalla de Miahuatlán había hecho la lucha más favorable para el general Porfirio Díaz y el ejército liberal de Oaxaca, la campaña que se llevaba a cabo desde hacía cerca de dos años, estaba aún lejos de terminarse; pues los imperialistas tenían todavía en el Estado numerosas y bien equipadas tropas, mandadas por excelentes generales y provistas con suficientes municiones de guerra.
François Achille Bazaine |
El General Bazaine seguía su táctica de castigar dura y sumariamente a las ciudades del estado que se habían levantado contra la intervención, y estos métodos, sembraron el terror por todo el sur y oeste del país.
No obstante lo cual, el espíritu de liberalismo continuaban aumentando, y numerosas partidas de guerrillas se habían lanzado a las montañas, desde donde continuamente acosaban a los imperialistas.
Después de la Batalla de Miahuatlán, el general Díaz incorporó en sus fuerzas la mayor parte de los mexicanos que hasta entonces habían seguido a Carlos Oronoz. Esta gente, y otras más que se agregaron, especialmente las fuerzas al mando de López Figueroa, subieron su ejército a 1,500 hombres, lo cual lo colocaba en igual de circunstancias, en lo que a números concernía, con las fuerzas imperiales que se le podían oponer fuera de la ciudad de Oaxaca, ciudad a la que se había puesto sitio.
Pero tuvo noticia que una fuerza de 1,500 imperialistas, entre quienes había muchos austriacos, marchaban rápidamente, al mando del Coronel Hotse, al auxilio de Oaxaca. Como los imperialistas estaban bien disciplinados y bien armados, y tenían cañones rayados de tipo más moderno del que tenían los liberales; y como las fuerzas de López Figueroa que se dirigían a Oaxaca a tomar parte del sitio no habían llegado aún, y había mucho peligro de que se encontraran en su camino con el enemigo y fueran derrotados, el General Díaz en el acto decidió levantar temporalmente el sitio, tratar de reunirse con López Figueroa y presentar batalla a los imperialistas.
Pero antes de abandonar Oaxaca, hizo todos los preparativos para asaltar la ciudad, y dio la noticia, como si fuera un gran secreto, que esa misma noche iba a atacar el fuerte de La Soledad. Naturalmente, la noticia del asalto que se intentaba sobre esta parte de la ciudad, circuló rápidamente por entre las tropas sitiadoras, y luego llegó a los imperialistas dentro de la ciudad.
Esto era exactamente lo que el General Díaz deseaba. Pues mientras la ciudad de Oaxaca estaba haciendo toda clase de esfuerzos para rechazar el inminente ataque sobre el fuerte de La Soledad, el comandante en jefe de las fuerzas liberales daba sus órdenes para retirar, lo más silenciosamente que fuera posible, todas las tropas de las trincheras y de delante de los muros de la ciudad.
Cuando estuvo esto terminado,, se dio la orden de marcha; y en la oscuridad de una noche sin luna, Díaz, con sus fuerzas, se dirigió al encuentro de Figueroa, para ya con su auxilio dar batalla a los imperialistas que marchaban a defender a Oaxaca.
Fue la noche del 16 de octubre cuando se levantó temporalmente el sitio de Oaxaca; y al día siguiente se reunieron las fuerzas de Díaz y López Figueroa en San Juan del Estado. Aquí se permitió un momento de descanso a las dos divisiones del ejército. Entretanto, el general Díaz con su caballería marchó hacia Hacienda Blanca y destituyó al prefecto, quien tenía la reputación de ser decididamente imperialista, y a quien amenazó con fusilar en el acto. Con lo cual los aterrorizados habitantes huyeron hacia Oaxaca, con la noticia de que los liberales estaban aún con toda su fuerza por los alrededores.
Oronoz, temiendo caer en alguna emboscada, permaneció pasivo dentro de los muros de la ciudad, mientras que Díaz marchaba rápidamente al encuentro de las fuerzas imperialistas de Hotse, que se acercaban a la población. No fue sino más tarde cuando supo Oronoz, que las únicas fuerzas liberales que había en la vecindad de Oaxaca, en la tarde del 17, eran las de la caballería de Díaz; y que la amenaza de fusilar al prefecto de Hacienda Blanca fue simplemente un plan para hacer creer a Oronoz que el ejército liberal estaba aún por los alrededores; y que probablemente, no estaba sino aguardando una oportunidad favorable para atacarlo y derrotarlo, si intentaba salir de la ciudad.
Muy de mañana del 18, el ejército liberal comenzó su marcha hacia los cerros de La Carbonera, que se encontraban directamente en el camino que los imperialistas tenían que seguir para llegar a la ciudad sitiada.
A medio día llegaron a vista del campo de batalla, campo que aparentemente había sido elegido por ambas partes contendientes; pues ambas estaban informadas que marchaban al encuentro una de otra. Cuando las fuerzas liberales estaban como a tres millas del futuro campo de batalla, se informó al comandante en jefe que el enemigo se encontraba apenas a distancia de dos horas de marcha. Esto indicaba que las fuerzas contendientes estaban poco más o menos a la misma distancia de La Carbonera.
Inmediatamente el General Díaz dio órdenes de aligerar la marcha, con la mira de ser el primero en llegar a La Carbonera. Pero apenas había llegado al campo de batalla y había ascendido a uno de los cerros que dominan el camino por el cual tendrían que pasar los imperialistas, cuando estos últimos aparecieron en una vuelta de la carretera, solamente como a media milla de distancia.
Inmediatamente de ambos lados comenzaron a hacer sus preparativos para la batalla. Los imperialistas colocaron su infantería en el camino y la caballería distribuida en las alas, derecha e izquierda, detrás de las cuales se montó una batería para protegerlas. Esta última consistía en cuatro magníficas piezas rayadas de artillería.
El horrible silencio de la muerte reinaba en el campo mientras se hacían estos preparativos; pues nadie sabía lo que la próxima hora daría por resultado. Eran las dos de la tarde cuando los imperialistas dispararon el primer tiro; abrieron la batalla con su batería, cuyo fuego fue contestado vigorosamente desde el cerro de La Carbonera. Pronto inició la infantería un ataque, protegida por la batería, ataque que duró un cuarto de hora.
Pero aunque los liberales sufrían terriblemente con el mortífero fuego, mantuvieron su terreno, y rechazaron por tres veces al enemigo. La batería probó ser ineficaz, y cuantas veces un tiro mal dirigido pasaba sobre las cabezas de los liberales, era saludado por estos con agudos silbidos y gritos de burla.
Encontrando imposible tomar por medio de cargas de infantería, Hotse ordenó a su caballería, compuesta de cinco escuadrones de Uhlanos y Húngaros, famosos por su brillo y eficiencia, avanzar al ataque. Fueron apoyados por seiscientos hombres de infantería que debían hacer fuego por escalones; y toda la fuerza, que presentaba la apariencia más imponente, marchó al ataque en el orden más perfecto. Pero los soldados liberales, a quienes los éxitos de las últimas semanas, las ya sabidas dificultades del Gobierno imperial y la presencia del General Díaz -cuyo nombre había llegado a ser el símbolo de la victoria en los Estados de Oaxaca y Guerrero- habían inspirado gran confianza en sí mismos, y cierto desprecio por los imperialistas (el cual no era del todo merecido) se mantuvieron firmes en su puesto y rechazaron la caballería, la cual se encontró con un fuego tremendo de rifles y mosquetes, que sembró el terreno que pisaba de cadáveres de hombres y caballos; y cuando los jinetes imperialistas comenzaron a vacilar, la infantería liberal cargó sobre ellos y los arrojó monte abajo.
De nuevo volvieron a la carga y de nuevo fueron rechazados. Cuatro cargas desafortunadas habían sido hechas de este modo sobre las posiciones liberales, cuando el General Díaz, colocándose a la cabeza de la infantería, de la caballería y de la reserva unidas, ordenó un ataque general sobre el enemigo que de nuevo avanzaba sobre sus posiciones. Como un torrente que se precipita de una montaña, descendió todo el ejército liberal, conducido por su comandante en jefe en persona, sobre los imperialistas que avanzaban, destrozándolos por completo al grito de "¡Viva nuestra Patria! ¡Viva la libertad de México!": el enemigo quedó barrido como por una tromba y sus dispersas columnas se lanzaron a los cuatro vientos.
La batalla había durado solamente cincuenta y cinco minutos; pero en ese corto tiempo los indios de los montes de Oaxaca, harapientos, medio vestidos, medio disciplinados y sin uniforme que ostentar, habían humillado el orgullo de la caballería austriaca y quebrantada completamente el poder del imperio en el sur.
Entre los que huyeron precipitadamente del campo de batalla, perseguidos muy de cerca por la vengadora caballería liberal, estaban Trujeque, quien parecía predestinado siempre con la derrota de manos de Díaz, Carrillo, Flon, Hotse y el temible Franco, cuyo nombre había sembrado el terror por todo el sur de México.
La victoria fue completa, incontestable; y la persecución de los derrotados imperialistas, continuó hasta el anochecer y se llevó hasta una distancia de 15 millas del campo de batalla. Por todo el camino dejaron regado, artillería, vagones de munición, armamentos de todas clases, muertos, heridos y prisioneros.
Un inventario hecho el siguiente día mostró, que los despojos de guerra de la batalla de La Carbonera, consistieron en: 416 prisioneros, principalmente austriacos, cuatro cañones rayados, 300 cajas de granadas y metralla, 700 carabinas y rifles, gran cantidad de parque, trenes de mulas y otros efectos de guerra.
La victoria de La Carbonera aseguró la caída de la ciudad de Oaxaca; pues el lugar no estaba en circunstancias de auxilio de fuera, había sido destruida de un solo golpe poe las fuerzas combinadas de Díaz y el salvaterrense López Figueroa.
Tomado de:
Díaz y México
Por Humberto Cornyn, B.A., LL.B
Profesor de Inglés en la Universidad Nacional de México
México. Imprenta Lacaud. Callejón de Santa Inés Número 5. 1910
Capítulo XXXI, Páginas 277-282
Batalla de Soyaltepec, entre los austriacos y mexicanos, en Oaxaca
Heroica defensa contra los franceses. El republicano General Luis Pérez Figueroa, quien defendería el Fuerte de Soyaltepec
Así rezan algunas de las historias y anécdotas de la batalla del 5 de Mayo en Puebla. Sin embargo, estas historias se ha marginado. El municipio de San Miguel Soyaltepec, ya nadie hace mención del importante papel que jugó La Isla Soyaltepec (El Viejo Soyaltepec).
Los viejos de "La Isla Soyaltepec e Ixcatecos" comentan que un fuerte regimiento del Ejército Francés salió de San Pedro Ixcatlán, donde era su cuartel, y pasó por el cerro que hoy es La Isla Soyaltepec, con destino a Puebla, donde estaba a punto de librarse esa histórica batalla.
"El viejo Soyaltepec", antes por Decreto número 18 del 16 de enero de 1868, obtuvo el título de "Patriótica Villa de San Miguel Soyaltepec".
La bizarría del soldado mexicano defensor de su patria era el General Luis Pérez Figueroa que bajo el mando de Porfirio Díaz operó en el Estado de Oaxaca ganando varias batallas entre ellas la de Soyaltepec, el 25 de abril de 1865.
El C. General Figueroa había mantenido siempre encendida la chispa de la independencia en las montañas orientales del Estado de Oaxaca [...] entre el general Figueroa y yo (General Alejandro) siempre hubo diferencias, pero debo decir en obsequio de la justicia [...] me prestó un grande auxilio el General Figueroa, derrotando 800 austriacos en la Sierra de Soyaltepec enviados contra la Costa de Sotavento por el Jefe de Oaxaca.
En el lugar fueron recogidos y quemados 93 cadáveres de austriacos; en todo el camino por donde aquellos fueron perseguidos, en número no se puede precisar por la espesura del monte y porque los perseguidores realmente no eran los soldados de Figueroa, sino los pueblos que, apoyados en los primeros, tomaban sucesivamente puntos ventajosos en el camino, en los cuales les hacían mal al enemigo [...] en esta conducta heroica han sobresalido los pueblos de Soyaltepec, Jocatlán y Ojitlán.
El cuartel general recibió el 20 de Agosto la noticia oficial de que el General Figueroa había derrotado en Soyaltepec una columna austriaca, quitándole armas, parque y veinte prisioneros [...] cuyo punto los batió, persiguiéndolos en seguida hasta el Valle de Tehuacán [...] no es fácil asegurar el número de austriacos que murieron allí, por que quedaron en todo el trayecto, desde Soyaltepec hasta el Valle de Tehuacán, pero pasaron de 100 entre los que quedaron en el mismo Soyaltepec.
Tomado de:
Correspondencia del Archivo Porfirio Díaz.
Carta, 24 y 28 de Junio de 1866 entre Porfirio Díaz y Matías Romero.
Periódico Siglo Diez y Nueve 1867-11-02
Boletín Republicano 1867-10-04
Correspondencia del General de División Alejandro García 1863 hasta 1867.
Parte Oficial General Luis Pérez Figueroa en la acción de Soyaltepec fechada en Teotitlán del Camino 10-05-1866
Fotografía: General Luis Pérez Figueroa hacia 1865.
Información: Joshue Ramírez
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