Enrique R. Soriano Valencia
Estamos en Semana Santa y un vocablo muy utilizado, con sus variantes, es la palabra sacro, que significa sagrado, indica el Diccionario de la lengua española. Esta voz procede del latín sacer o sacir, que implica luz. Sin embargo, su origen se debe a un hueso ubicado entre el coxis y las cinco vertebras lumbares. De este vocablo se derivan palabras como sacrificio, sacrílego, san, santo y consagrado entre otras muchas.
Según las creencias antiguas, en ese hueso reside el principio de resurrección del cuerpo. Se le consideraba indestructible, pues en los restos humanos hallados regularmente es un hueso común de encontrarse. Con esa lógica, los judíos llegaron a considerar que era el hueso que sobreviviría y del cual vendría la reconstrucción de la persona en el momento de la resurrección de almas y cuerpos, anunciada por la Biblia.
Tomado como base el término sacro, con la terminación latina facere (que se traduce como hacer algo) se forjó la palabra sacrificio que implica estrictamente volver sagrado algo. Originalmente, entonces, el vocablo no estuvo ligado a dolor o pérdida. Sin embargo, al trasmutar su condición de humano, Jesús se transforma en algo divino, en algo celestial, es decir, se sacrifica. Y es ahí donde históricamente se vincula el vocablo a aspectos de dolor o pérdida por el padecimiento para hacer esta transformación.
Con este sentido el padecimiento se tomó como la base para la santificación. Es decir, los primeros hombres sagrados de la cristiandad son mártires que padecen persecución y dolor y por ello se transforman en personas divinas. Así quedó reforzada la idea de que el sacrificio implica martirio, cuando etimológicamente es solo volver algo sagrado.
El vocablo latino sacro tiene como antecedente la voz indoeuropea sak, que es la que origina el vocablo santo y su acortamiento (apócope) san. Ortográficamente, santo y san son adjetivos que refieren que alguien es sagrado. Como adjetivos, deben escribirse con minúscula inicial cuando acompañan el nombre del personaje santificado. Es decir, se enuncia san Pedro, san Pablo o santo Tomás. Sin embargo, cuando no señalan a la persona sino a iglesias o basílicas, entonces el vocablo san se enuncia con letra inicial mayúscula porque ya ambas palabras (adjetivo y nombre) corresponden al nombre propio de lo nombrado: la basílica de San Pedro.
En contraparte, el vocablo sacrílego está integrado por los vocablos latinos sacro (sagrado) y legere, que se traduce este último como robar. Es decir, en términos estrictos la voz implica «robar o quitar lo sagrado» y con el paso del tiempo implicó la profanación de lo santificado.
Originalmente, se usó cuando quienes con su presencia en lugares sagrados manchaban o restaban la divinidad o pureza de un sitio. Sin embargo, con el paso del tiempo, aplicó a todo aquel o aquello que con su presencia, actitud o palabra ofendían lo sagrado, independiente si se hallaban o no en un lugar de culto.
Por último, consagrado inicialmente aplicó para aquello que se bendecía o santificaba. Sin embargo, este vocablo evolucionó a consolidar, afamar o acreditar por vocación a algo de prestigio. #MetroNewsMx #Chispitasdellenguaje #GuanajuatoDesconocido
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